La vida de Kung Fu nos da siempre la oportunidad de aprender cosas nuevas, en compañía de las personas que elegimos para guiar nuestros pasos. Nuestros maestros no siempre son bien comprendidos. Diría que la mayoría de las veces nos demuestran una paciencia y una dedicación que sólo vamos comprendiendo y reconociendo cuando el tiempo pinta canas en nuestro cabello.
Así es la vida, dentro y fuera del Kung Fu. Es por ello que les quiero contar una experiencia al respecto, con el fin de que los lectores lo mediten y, si les sirve, lo tengan en cuenta.
Cuando comencé a practicar, lo hice con un maestro al que con el tiempo fui dejando, pero que me marcó profunda y positivamente, el Sifu Aquilino Martínez. Este maestro era por ese entonces una persona de carácter retraído y reservado, y daba sus clases de una manera brutal que no tenía nada de ceremonioso. En ese momento, a mis 14 años, mi fantasía adolescente reclamaba la ceremonia, el protocolo, las historias increíbles… las cuales nunca llegaron. Siempre, durante mi tiempo con Sifu Martinez, le reclamé interiormente esta carencia.
Hoy mis alumnos me reclaman algunas cosas similares, y yo sigo el camino que aprendí con mi primer profesor. Hoy, dos décadas y media después, procedo como él, busco maestros como él y le agradezco esa enseñanza y sus brutales clases impiadosas.
En 1978 comencé a practicar Taijiquan, de la mano del joven profesor Fernando Chedel, en el Instituto Delia Bronfman en Vuelta de Obligado, en el barrio de Belgrano. Los sábados por la tarde adoraba asistir a las clases de Fernando, un ex karateka de hablar duro y con pocas pulgas. El intentó inculcarme los principios del Taijiquan, sin éxito (mea culpa) ya que mi impetuosidad y mi necesidad de acción me cegaron y en tras dos años de estudiar con él abandoné la práctica. Años después comencé con el Maestro Wang Tsing de casualidad y nunca abandoné el entrenamiento del Taijiquan. Hoy entiendo las palabras de Fernando, quien es ya un consumado Maestro. Yo todavía intento andar pasos que Fernando ya tenía claro en los setenta.
En 1980 comencé una nueva etapa marcial al convertirme en Discípulo del Maestro Jerry Lee. Ambos casi teníamos la misma edad por entonces, y él me inculcó el estudio incesante y la investigación. Nos volvimos a encontrar en 1985 cuando lo invité a Buenos Aires, y entonces me comenzó a enseñar, muy a mi pesar, Wing Chun. A regañadientes me enseñó el Siu Nim Tao y el Chi Sao. Nunca lo practiqué con ganas, y Sifu me recomendaba que lo estudie ya que me iba a ser muy útil. En 1990 luego de ser vapuleado en una práctica de Chi Sao con un -por ese entonces- colega llamado Leo Imamura, me convertí en su discípulo de Wing Chun y justos introdujimos tradicionalmente el sistema en Argentina. Hoy amo profundamente ese arte que me abrió los ojos a tantas cosas.
Sifu Leo me vio practicar y me preguntó por qué utilizaba yo tantas técnicas de karate, kick boxing y otros sistemas. Le contesté que yo utilizaba todo lo que me parecía útil. El me dijo que no hacía falta, y que utilizara el Wing Chun para comprender mejor a mis otros estilos, como el Hung Gar y el Shaolin. Así lo hice y así fue que hoy creo entender todo mucho mejor y ya no recurro a técnicas foráneas.
En 1996, conocí en China a mi Maestro de Wenshengquan, Sifu Wang An Lin. Cuando lo conocí, Sifu me dijo que yo ya había dominado el Wai Jia y las armas y que ahora era el tiempo de estudiar el Nei Jia. En un principio sus palabras me parecieron exageradas. Hoy luego de otra visita y aprender más de este increíble maestro, estoy seguro de que todo lo que necesito está en el estilo interno.
Cuando comencé a estudiar Wing Chun con Sifu Leo, me enamoré inmediatamente del Moy Yat Ving Tsun . Me convencí de que era el mejor Wing Chun y que era el mejor estilo del mundo. Mi Sifu Jerry Lee me escribió "mantené una mente abierta y nunca te estanques en un estilo ya que no hay estilo que tenga la verdad absoluta", y si bien respeté sus palabras, seguí pensando lo mismo. Con el tiempo, Sifu Yun Choi Yeung, me dijo que ningún estilo de Wing Chun contiene todo y que los principios del "stick and go" eran lo que importaba. Y que todo estaba en el Chi Sao, los estilos eran sólo limitaciones.
Luego de conocer a Sifu Lun Jie y ver otras escuelas de Wing Chun de Foshan, Guangzhou y Hong Kong, comprobé que Sifu Yeung tenía razón y hoy no pertenezco a ninguna escuela sino que estudio el Wing Chun desde su fuente, el Chi Sao y las formas. Nunca me sentí mejor haciendo Wing Chun.
Podría seguir por horas, pero el espacio es tirano. Sólo quería compartir con ustedes este sentimiento. La deuda constante que tenemos con nuestros maestros, no se paga nunca, y no puede ser pagada. Debemos vivir con ello y llevar esa espina clavada por siempre. Al igual que nuestros padres, nuestros maestros nos dan tanto que no hay forma de pagar lo que se recibe. Y casi siempre, invariablemente, comprobamos con el tiempo que las palabras que nos dijeron no fueron en vano, pero fueron tardamente comprendidas.
Gracias a la vida que existen las personas que eligen enseñar.
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