Por un camino venia un hombre caminando con dos bolsas: una muy grande atrás y otra pequeña adelante.
Un niño lo vió y le preguntó: "¿Qué llevas en la bolsa pequeña?".
El hombre respondió: "En esta bolsa llevo los defectos de las personas que conozco."
El niño repreguntó otra vez: "Y ¿Qué llevas en la gran bolsa de atrás?".
"Ahí van mis defectos, pero como están atrás no los veo."
Y siguió caminado.
Tuesday, October 30, 2007
Defectos
Monday, October 29, 2007
Las Tres Rejas
Una linda historia que leí alguna vez, y que deja mucho en qué pensar:
El joven discípulo de un filósofo sabio llega a su casa y le dice:
- Maestro, un amigo estuvo hablando de ti con malevolencia
- Espera – le interrumpe el filósofo ¿Hiciste pasar por las tres rejas lo que vas a contarme?
- ¿Las tres rejas? – pregunta el discípulo
- Si, la primera es la verdad ¿Estás seguro de que lo que vas a decirme es absolutamente cierto?
- No, lo oí comentar a uno de los vecinos.
- Al menos lo habrás hecho pasar por la segunda reja, que es la bondad ¿Eso que deseas decirme es bueno para alguien?
- No, en realidad al contrario.
- Ah, vaya. La última reja es la necesidad. ¿Es necesario hacerme saber eso que tanto te inquieta?
- A decir vedad no.
- Entonces – dijo el filósofo sonriendo – si no es verdad, ni bueno, ni necesario, sepultémoslo en el olvido.
Cuánto más sanas estarían las relaciones humanas si todos hiciéramos pasar por las tres rejas aquellas cosas de las que nos hacemos eco.
Me tomo el atrevimiento de invitarlos a leer un análisis que no tiene lugar acá, y que por eso hice en mi blog personal ;)
Thursday, August 9, 2007
Compartir la luz
Varios hombres habían quedado encerrados por error en una oscura caverna donde no podían ver casi nada. Pasó algún tiempo, y uno de ellos logró encender una pequeña tea, pero la luz que daba era tan escasa que aun así no se podía ver nada. Al hombre, sin embargo, se le ocurrió que con su luz podía ayudar a que cada uno de los demás prendiera su propia tea, y así, compartiendo la llama con todos, la caverna se iluminó.
Uno de los discípulos preguntó al filósofo:
- ¿Qué nos enseña, maestro, este relato?
Y él contestó:
- Nos enseña que nuestra luz sigue siendo oscuridad si no la compartimos con el prójimo. Y también nos dice que el compartir nuestra luz no la desvanece, sino que por el contrario la hace crecer.
El difunto y el arroz
El hombre se dirigió al chino y le pregunto, levemente burlón:
"Disculpe señor, ¿De verdad cree usted que el difunto vendrá a comer el arroz?
"Si", respondió el chino, ". Cuando el suyo venga a oler sus flores ... "
MORALEJA:
Respetar las opiniones del otro, es una de las mayores virtudes que un ser humano puede tener.
Las personas son diferentes, por lo tanto actúan diferente y piensan diferente.
No juzgues.... solamente comprende...
La Prueba
Hace unos cuantos siglos vivía en la isla de Okinawa un gran maestro de las artes marciales llamado Inejiro Chofune, cuya excepcional sabiduría es legendaria. Existen muchas anécdotas sobre sus enseñanzas y consejos, aunque entre todas destaca la historia de la prueba que impuso a su alumno predilecto Ichiro Matsubara.
Ichiro era un excelente combatiente: fuerte como un oso y más rápido y ágil que un demonio. Era terrible con los puños, con las patadas aún más. Empezó a entrenar con Chofune cuando contaba apenas con 12 años, y a los 14 ya ganaba los torneos tradicionales locales y regionales. Con 16 años Ichiro era imbatible en muchos pueblos a la redonda. El único gran defecto de este joven era su excesiva altivez. "¡Soy invencible!", acostumbraba a exclamar pegándose un gran golpe en el pecho. A lo que Chofune respondía con una mueca de enfado y diciéndole: "Nadie es invencible. La labor de aprender y perfeccionarse nunca termina". Y entonces le relataba alguna vieja leyenda sobre guerreros y dioses que se creían invencibles y salían derrotados debido a su excesiva confianza.
Pero el caso era que Ichiro nunca perdía. Peleaba contra adversarios que le aventajaban en edad, en tamaño, en fortaleza, en experiencia. Pero poco importaba porque la habilidad del extraordinario joven se imponía siempre. Chofune observaba con cierta inquietud que el ego del aún adolescente Ichiro crecía un poco mas tras cada victoria. "Búscame adversarios de verdad...", decía entre risas el envalentonado joven. "Que me hagan sudar un poco..."
Como era de esperar Ichiro se volvió tremendamente competitivo y desconsiderado: despreciaba y maltrataba a sus compañeros de entrenamiento; cada vez desobedecía más a su maestro. Era como si se estuviera convenciendo de que ya nadie podía enseñarle nada nuevo, que sabía mucho más que nadie, que lo sabía todo. Ya no escuchaba las lecciones y los consejos, solo quería trofeos y prestigio.
Chofune estaba preocupado pues no sólo estaba apunto de perder a su mejor alumno, sino además había formado a una perfecta máquina de pelear que se estaba descontrolando. Necesitaba por tanto una pequeña lección que le bajara los humos. Pero no una humillación sino algo de lo que pudiera extraer provechosas enseñanzas. Ichiro llevaba meses pidiendo a su maestro permiso para dar clases. Así que una fría tarde de otoño, después de un duro entrenamiento, Chofune se acercó a Ichiro y le dijo: "Prepárate porque mañana deberás superar la prueba más difícil de tu vida. Si lo logras estarás preparado para ser maestro". Esa noche Ichiro no pudo dormir.
Aún despuntaba el alba cuando Chofune entró en casa de su alumno y le dijo: "Al otro lado del monte Fuha, junto a la cascada Tsunoda, vive un ermitaño llamado Ko. Es un gran luchador. Ve a su encuentro y si logras vencerlo habrás demostrado la suficiente valía para ser maestro". Henchido de ilusión y entusiasmo, Ichiro agarró un bastón y se echó a andar monte arriba.
El tímido sol matutino bañaba con su tibieza todo el valle mientras el valeroso joven ascendía a paso militar, perdido en sus pensamientos y fantasías. Intentaba imaginarse el famoso ermitaño: sería un colosal gigante, o más bien un feroz salvaje, o un hirsuto brujo con poderes terribles... Cuanto más pensaba en ello, más se animaba, tal era su temeridad y competividad. Aún resonaba en su cabeza una reciente reflexión de Chofune: "Nunca, hasta donde llega la memoria de los más ancianos, ha habido un maestro de 17 años".
De repente, entre meditación y meditación, Ichiro se dio cuenta de que se había perdido. Se acababa de internar en un frondoso bosque, y carecía de cualquier punto de referencia; todos los rincones le parecían iguales. Tras unas horas de deriva el joven se comenzó a poner muy nervioso, avanzando velozmente, rasgándose la ropa y la piel contra ramas y astillas; no era consciente de que en realidad estaba andando en círculos. Al fin logró salir del bosque, magullado y jadeante, para darse cuenta de que había regresado exactamente al mismo punto por el que entró. Ya era mediodía.
Cubierto de lágrimas de rabia, Ichiro redobló el paso para rodear el maldito bosque. Al cabo de unas horas llegó a un inmenso desfiladero de rocas cortadas a cuchillo. Más perdido que antes, el joven empezó a trepar por las roquedas. Ascender, siempre ascender. Cuando llegó a la cumbre no reconoció nada de las portentosas vistas que lo rodeaban. Ya estaba oscureciendo, y el frío comenzaba a morderle la piel. El viento silbaba inmisericorde entre los peñascos e Ichiro ya no sabía hacia dónde ir. Hambriento y asustado, se acurrucó contra una roca y se echo a llorar amargamente.
Cuando la luz de la mañana le despertó, una familiar silueta se recortaba en frente suyo. "¡Maestro!", exclamó reconociendo a Chofure. "No has superado la prueba", respondió éste tranquilamente. "¡Pero si no he llegado a pelear contra el ermitaño! ¡Dime dónde está!", exclamó levantándose con renovado brío. "No Ichiro. Ya has sido derrotado, y por el enemigo más temible que hay: uno mismo. No existe ningún ermitaño, esto era una lucha contra ti mismo. Ibas cegado por la confianza y te has perdido. Yo ya no estaba a tu lado para guiarte, y por primera vez en tu vida te has asustado. Antes te conformabas con superar a los demás, eras un campeón. Ahora debes concentrarte en superarte a ti mismo, para ser un maestro. Y, te lo aseguro, aún tienes mucho que aprender".